Nosotros los putos, ustedes los gays
Una mancha negra en apariencia ilegible adorna las paredes de un baño público. Detenidamente la observo, por la geometría de sus líneas y la intensidad de sus trazos deduzco que intenta transmitirme un mensaje. Hago un esfuerzo sobrehumano y logro descifrar su contenido. “Pu”, se puede ver al decodificar la primera sílaba. Con facilidad deduzco la siguiente parte del mensaje, es una “t” seguida por una “o”. La complejidad aumenta, pero los jeroglíficos sanitarios no pueden vencer a mi intelecto. “El que lo lea”, con esa frase finaliza el mensaje. La sentencia me golpea; cimbra mis oídos y pone a trabajar mi mente. Una palabra irreconocible acompaña al mensaje. Decido acudir al instrumento que resuelve mis dudas lingüísticas, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Paso hoja a hoja y la tinta va recorriendo mi mirada, “pata”, “perro”, “pena”, “pene”, “poro”, “puño”. Hasta que por fin la encuentro.
PUTO. adj. U. como calificación denigratoria. m. Hombre que tiene concúbito con persona de su sexo.
-¿Qué me quería transmitir aquel sabio del pasado al cincelar en la puerta del W.C. este mensaje? ¿Por qué una práctica sexual se vuelve tan injuriosa, tan ofensiva? ¿Será casual que en los templos de la analidad encontremos este tipo de conjuros? Pero sobretodo, ¿cómo desactivar esos conjuros para no convertirse en la denigración que intentan asignarnos?
A partir de hoy he decidido denominarme con todas las palabras que utilizan para ofender mi preferencia sexual. A partir de hoy dejo de ser gay y me transformo en un putito, una jota, un desviado. Me convierto en el ¡No seas maricón!, que ladran los padres cuando un niño llora al caerse. Ahora cuando duden mi orientación, no me pregunten si soy homosexual, digan: ¿Eres un mayete? Soy un subversivo muerde-almohadas. Empujaré alegre toda las cacas que se me pongan en frente. Saldré en plena lluvia, extenderé mis brazos y cacheré el granizo. Soy la pesadilla de los psiquiátricos; una loca. Plancharé arrugas y perseguiré solitarias. Si, soy todo eso y más lo que se les ocurra.
Algunos piensan que está manera de denominarme es una forma de normalizar la violencia. Pero si rastreamos el termino “homosexual” resulta también violento, ya que su origen nos lleva hasta la medicina. Homosexual es un término médico para denominar una enfermedad, para crear también su ficción opuesta el heterosexual, el sano. Así que renunció a ese término que quiere entenderme como sujeto de estudio de la psiquiatría. No soy homosexual, por qué no soy un enfermo. ¿Qué es lo que me molesta de gay? ¿Por qué cambiar este término?, si gay quiere decir alegre. Volteo mi mirada a la crisis del sida, a los grupos que decidieron renunciar a la categoría de feliz. Me sumo e inspecciono en lo más hondo de su encono. De nuevo somos entendidos como sujetos enfermos, ahora no mentales, nuestra existencia conlleva una huella que hasta el día de hoy palpita en nuestras pieles. Puto sidoso, decían. Eso no nos pone alegre, nos emputa. Not gay as in happy but queer as in fuck you, coreaba el queer nation y el act up. Denominemos putos como una manera de crear lazos con nuestra historia. Denominemos putos por qué estamos cansados de ser el cliché que los medios de comunicación nos quieren imponer. Denominemos putos como una provocación política. Somos los putos, quienes salen a la calle a combatir la homofobia, la transfobia, la interfobia, la misoginia, el racismo y todo los miedos que salgan por la creación o el descubrimiento de nuevas diversidades e identidades sexuales.
Gay, también es entendido como dolcegabanización de la homosexualidad. Un jotito fagocitado por las leyes del mercado rosa, un exacerbado consumidor de mercancía para maricones, un sujeto desdibujado políticamente, un blanco burgués que habita en el último piso del edificio de moda. No soy gay, por qué no represento esos valores culturales y porqué tampoco quiero ser un sujeto que simplemente consumo lo que el capital le dicta. Eso es traición, eso es olvidar nuestra memoria histórica.
Llamarnos putos, jotos o maricones, es hermanarnos con las luchas que los movimientos transmaricaputabollo… que se están gestando en otros lugares de nuestra realidad hispana. Seguir denominándonos como gays, probablemente no nos permita entrar en diálogo con este movimientos.
Por último, ¿Cómo subvertir el insulto? Butler a través de Austin nos explica que hay palabra que las palabras hacen cosas, crean reacciones. Por ejemplo, cuando tu le pediste a alguien que si quiere ser tu novio, esa persona, al nombrarse como “novio”, adquiere otro tipo de connotación en tu vida. La palabra, en este caso novio, hace que la relación entre tu y él cambie, que otras dinámicas sean posibles. Del mismo modo cuando te insultan, cuando te llaman pinche puto, ese insulto, te hace reaccionar, te vulnera, crea una relación de poder donde se te inferioriza por tu condición, de un otro entendido como “normal” que tiene el poder de realizar está acción. Si nos denominamos como aquello que nos vulnera. Si no llamamos putos, la ofensa ya no se acciona, ya que para nosotros eso deja de representar un insulto y se convierte en una parte esencial de nosotrxs.
Este no es sólo un llamado a los putos, también a las lenchas, a las tortilleras, a las vestidas, a las putas, a los indios, todo aquello que por su simple existencia representa una perjuria. Nosotros somos los putos, estamos emputados y ustedes reductos de supuesta felicidad, pedazos de célula servil al capital, habitante de tu burbuja burguesa, muñecos carente de historia, ustedes, ustedes son los gays.
Fuente: Anodis