Heterosexual indignado

Mi intención de titular esta columna con estas palabras no corresponde a librarme de las segregaciones o salvarme de simples reproches por mi condición sexual, porque al parecer, en este país, heterosexual es sinónimo de bueno y homosexual de malo. No me importa lo que digan. La llamo de esta manera para darles a entender que soy un heterosexual, con pareja estable, que se puede casar y, si lo desea, adoptar; pero, sobre todo, soy una persona, como muchas otras, que se indigna cuando los derechos de los demás no son respetados, así los míos estén garantizados. Nada tendría yo que hacer defendiendo públicamente los derechos de la comunidad LGBTI pues no pertenezco a ella. Para esta sociedad, masa amorfa que destruyó las individualidades y homogenizó a los ciudadanos con la amalgama de valores macabros como la discriminación y la estigmatización, la indiferencia se volvió sinónimo de respeto y la tibieza frente a los problemas de los demás una constante social.

Dijo alguna vez el reverendo Martin Niemoeller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”

Ayer el silencio fue norma. 48 senadores decidieron hundir el proyecto de ley que pretende reglamentar el matrimonio igualitario, pasándose por la faja la Sentencia C-577 de 2011, y nadie, excepto los pocos que salieron a protestar frente al Congreso, dijo nada. Porque eso no es conmigo. Porque yo no soy homosexual y sí me puedo casar.

Les informo. El debate no tiene de fondo el matrimonio igualitario. El centro de éste es la igualdad, el combate a la discriminación y la promoción del libre de desarrollo de la personalidad, todo enmarcado dentro de la libertad y el respeto a la diferencia, entendidas éstas como las bases de una sociedad tolerante y pacífica.

No es justo que, en un país que se supone democrático, pasen de agache frases como: “las relaciones entre dos hombres son excrementales” de Gerlein o “el matrimonio lleva a la adopción y ésta a la pederastia” de José Darío Salazar.

No es justo que se les nieguen derechos a los homosexuales sobre todo cuando estos derechos no van en contravía de los de los demás.

El problema de defender el matrimonio igualitario no es solo de la comunidad LGBTI. Es de todos. Es un compromiso social, un objetivo político, un imperativo ético.

@yepesnaranjo
Fuente: EneHache

Autor: crestrepo

Compartir esta publicación en