Los gays también discriminan

Libertad es poder elegir, y nadie escatima que es legítimo hacerlo con base en distintas preferencias personales, siempre que éstas no restrinjan o impidan los derechos de los demás ni menoscaben la dignidad humana. Cualquier conducta o práctica que se aleje de estos márgenes constituye discriminación y debe ser sancionada y combatida.

La afirmación anterior surge a propósito de un fenómeno que ha tratado de pasar inadvertido, pero cada vez cobra mayor fuerza y es más evidente: la discriminación entre los propios grupos y personas de lo que se ha reunido bajo la categoría de ‘comunidad LGBTTTI’ (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transgéneros, transexuales e intersexuales) y, al menos en teoría, busca aglutinar políticamente a todas las expresiones de la disidencia sexual y de género.

En una entrega anterior, a propósito de la última Marcha del Orgullo LGBTTTI, citábamos el comentario de Omar Oviedo, un joven de 23 años, quien atestiguaba la parada desde el balcón de un edificio: “no le encuentro sentido a una marcha del ‘orgullo’ cuando ni siquiera entre los manifestantes se respetan. Aparte de las grescas entre personas trans, están los que se gritan ‘jotas’, ‘pasivas’ y cosas así. Es absurdo.”

Entre ‘musculocas’, ‘obvias’, ‘muertas de hambre’, ‘sidosas’, ‘puercas’, ‘pitochicos’ o ‘traileras’, la estigmatización de ciertos grupos y personas al interior de la comunidad LGBTTTI es una realidad ineludible. Se expresa en una obstinación por estereotipar, ridiculizar y rechazar todo aquello que se aleje del nuevo modelo hegemónico de la homosexualidad (físicamente bella, desarrollada y modelada en el gimnasio, educada, cultivada, pudiente y carismática, preconizadora de las bondades del capitalismo y todo lo que forma parte del mainstream). Así pues, es justo decir que los homosexuales que han ganado su ingreso a la sociedad, lo hicieron mediante la reproducción de las estructuras de opresión y dominación características de la sociedad patriarcal y el neoliberalismo económico, tales como el racismo, el clasismo, el machismo y la misoginia. De acuerdo con esta nueva visión, entre más masculino sea un homosexual, estará mejor rankeado, lo mismo si una lesbiana es guapa y femenina, y si las personas trans y queer se abstienen de comportamientos estrambóticos, extraños al ‘buen gusto’.

Ya sea por diferencias raciales, de clase, por el estatus de salud, el grado académico, el lugar de origen, la edad, la naturaleza de las prácticas sexuales e identidades de género, el tamaño y la forma de los órganos sexuales; ya sea verbal, física, estructural, institucional, elitista, externa o interna, leve u ostensible, por pertenecer a una tribu o no, la discriminación en contra de cualquier persona, basada en diferencias que desafían los cánones grupales o sistémicos, siempre es perniciosa y atenta contra el tejido y la solidaridad sociales.

Una activista trans acusaba hace tiempo con mucha razón que, entre ciertos homosexuales, ha surgido “una visión agresiva y violenta que ha replicado históricamente las prácticas excluyentes de la heteronormatividad”, mediante la implantación de ciertas dinámicas socioculturales en las poblaciones que forman la diversidad sexual, dando origen a una ‘homonormatividad’.

De acuerdo con Lisa Duggan, autora del libro The Twilight of Equality?: Neoliberalism, Cultural Politics, and the Attack on Democracy, ‘homonormatividad’ significa mantener y seguir parámetros heteronormativos en las vidas homosexuales, cuando éstas, en cambio, podrían servir de base para la construcción de nuevas y diferentes maneras de habitar el mundo y expresarse personal y colectivamente. Ella también vincula este concepto al de ‘neoliberalismo’, desde lo cual formula una crítica feroz al deseo casi obsesivo por parte de las parejas homosexuales por la obtención del derecho al matrimonio y la adopción, es decir, por encajar en el modelo de familia tradicional. Y es que, cada vez más, todo parece indicar –de acuerdo con Duggan– que las ‘bodas gays’ son otro ámbito de reproducción capitalista y una forma de mantener a un ‘mercado rosa’, en el que gays y lesbianas son productos comerciales.

La homosexualidad no constituye un rasgo identitario, ya que no es suficiente por sí misma para definir a una persona, pues no abarca toda la personalidad ni, mucho menos, un tipo humano o identidad colectiva. En palabras de Norberto Chaves: “la noción de ‘homosexualidad’ nace puramente de la necesidad de calificar para discriminar (en el sentido de ‘distinguir’ y en el sentido de ‘marginar’) a ciertas personas que poseen un rasgo no asumible por el modelo de normalidad dominante, aunque dicho rasgo no defina, per se, una estructura identitaria”.

Paradójicamente, la comunidad LGBTTTI se encuentra reproduciendo interiormente ciertas facetas de un mismo fenómeno, que se llama discriminación, y que, al menos exteriormente, dice combatir, siempre que se refiera a la orientación sexual y, en algunas ocasiones, la identidad de género.

Lo cierto es que lesbianas y gays se han instalado en una zona de confort y no están dispuestos a ampliar su lucha más allá de lo que implica despenalizar la homosexualidad y lograr para sí una mínima protección legal; es decir, crear solidaridades con otras causas sociales. No obstante, como decía Paco Vidarte: “¿de qué sirve la lucha contra la homofobia si no se acompaña de una lucha contra los medios de exclusión social? Para empezar, para lavarle la cara al poder. Para entrar en complicidad con estrategias neoliberales que respetan a las maricas pero no se preocupan por su bienestar social. Una ‘ética marica’ se tiene que hacer cargo de este absurdo ideológico, de esta hipocresía.”

Es preciso avanzar de la estigmatización actual a la diferencia tolerada, y de ahí, a la integración mutua e indiferenciada, o sea, hacia el fin de las identidades sexuales y de género. Para ello, es preciso reaccionar contra todas las estructuras de dominación, incluyendo la sociedad patriarcal y esa versión radical del capitalismo, que es el neoliberalismo económico.

El neoliberalismo gay coopta las identidades y la diferencia para venderlas como mercancías de consumo rápido. En este contexto, el racismo y el clasismo; es decir, la discriminación por patrones de belleza, perfección física, posición social y capacidad económica, siguen imponiéndose. Este proceso de aburguesamiento del movimiento gay está produciendo modelos homonormativos que esconden prácticas de gobierno y regulación, escudadas en el carácter de crítica social y cultural de sus inicios.

Fuente: Anodis

Autor: crestrepo

Compartir esta publicación en