Historias De Armarios: “El Desplante”

Hemos estado haciendo algunos ajustes en esta nueva sección. En primer lugar, ampliamos la capacidad de caracteres de nuestro formulario para que puedas expresar tu historia con la extensión que te plazca. Por otro lado, muchos usuarios nos pidieron leer las palabras originales de los autores, es decir, su testimonio en primera persona tal como lo envían. Y eso haremos a partir de este post (salvo alguna mínima revisión, pero no mucho más, lo prometo).

La historia de hoy es de nuestro usuario “vellito_rico” y transcurre en alguna ciudad de Colombia. No traía título, pero a mí se me ha ocurrido llamarle “El desplante” (ustedes me dirán luego si estuvieron de acuerdo). Además de tratarse de un texto en el que el autor demuestra sus dotes literarias, lo que me resultó interesante de la historia es cómo la salida del armario de un extraño puede mostrarnos la puerta del propio y plantearnos un nuevo desafío. No pienso adelantar nada más. ¡Sigue el salto para leer la historia!

Y recuerda que tú también puedes enviar tu historia de armario, a través de este formulario. Solo tienes que recordar tu mejor anécdota y contárnosla como te surja. Los usuarios cuyas historias resulten seleccionadas y publicadas en este espacio obtendrán tres meses gratis de acceso ilimitado a Manhunt.

Todos tenemos historias de armarios. ¡Cuéntanos la tuya!

– Leandro

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EL DESPLANTE
(historia de armario de “vellito_rico”)

Era un sábado nublado; al salir de esa clase con mis amigas no esperaba nada interesante. Algo relevante fue la llegada de un muchacho mexicano que rondaba la ciudad por un par de días. Él preguntó dónde coger un bus que lo llevase a su lugar de estadía, pero la hospitalidad colombiana nos llevó a él, mis amigas y a mí hasta un centro comercial cercano. Pasaron las horas, mis amigas se fueron, y nos quedamos él y yo charlando de la vida. Yo pensé que terminaría como todas mis reuniones sociales esporádicas: cada uno para su casa, hasta que me arrojó la bomba de su bisexualidad. De haber seguido en ese momento las estupideces sociales, lo hubiera dejado solo a altas horas de la noche en una parada de buses un tanto solitaria. En vez de eso, decidí quedarme, conocer a fondo el tema y calmar su innecesaria angustia de “haber arruinado las cosas”. Yo cansado de ese lugar, le propuse pasear un rato. Y avanzados un par de cuadras, me confesó que se devolvería contento a su país, si al menos lograba besarme.

A pesar de sorprenderme un poco su franqueza, yo no le di mucha importancia al asunto. En mi curiosidad por saber si tal interés furtivo persistía, tonteé con mi mano al rozar la suya que, para mi agradable sorpresa, terminó agarrando tiernamente (puede que suene demasiado cursi todo, pero así se sintió tal velada). El camino fue largo, la charla siguió y siguió, hasta que nos sentamos en un puente descuidado. Un silencio nada incómodo invadió el aire unos minutos. Deambulantes nocturnos pasaban parsimoniosamente. Él rompió el silencio preguntándome si le dejaría ese sutil souvenir de un beso, y yo, titubeando, le autoricé torpemente. De un momento a otro, su mano se colocó suavemente sobre la mía y con suave premura rozó mis labios como apertura del beso. El primero de ellos fue neutro, no sentí nada por el shock de besar a otro hombre. Repentinamente lo separé de mi cara, y él asustado creyó que yo correría y lo dejaría abandonado. Para su equivocación, solo me quedé mirando el horizonte procesando el evento. Cuando salí del trance, me preguntó qué me había parecido. Le respondí que probaría otra vez. En esta ocasión el calentar de la sangre fue notable y los capullos de mariposa eclosionaron en mi estomago.

 Largo fue el rato de besos apasionados, tonteando al andar agarrados de la mano, cual colegiales recién empezando noviazgo. De repente me propuso conocer mi casa y yo me hice el tonto. En el fondo sabía a dónde llegaría todo, pero por miedo a estupideces sociales me negué. Caminamos hasta cercanías imprudentes, le propuse un taxi, montamos, y llegamos a mi pórtico. Antes de tan brutal desplante, realizado con máscara de supuesta inocencia, antes del taxi, antes de la tontería colegial, y justo después del primer beso, me sermoneó que para él descubrir y aceptar su sexualidad fue un camino arduo y largo. Me dijo que yo algún día lo entendería y lo alcanzaría.

Fue tanto por procesar en un día…  Tal vez haya sido la causa de mi negación; no estoy seguro. Solo culpo a ese miedo insensato privarme de una respuesta en bandeja de plata. Lo bueno fue que, además de darle un buen recuerdo (por más minimalistamente y bobo que fuese), comencé a entender una temática que no sabía que luchaba y renegaba tan fuertemente: el ver en qué equipo juego. Hasta ahora me muestro que porto la camiseta número dos del equipo de Kinsey, con su respectiva máscara para jugar cartas. No solo un prologo en la novela de historias de cama me dejó esa noche, sino que tuve la oportunidad de que alguien me mostrara que aún se puede tontear como colegial, jugar cursimente con la otra persona y sentir una horda de monarcas en el estómago, de tener a alguien quien te mire con ojos acaramelados, sin que realmente importe su género.

 Hay quienes dirán que lo olvide y les cuente “verdaderas” historias de cama, pero sin estos cortometrajes dulces cómo sabríamos si la carne se cocinará bien y se degustará por más tiempo o solo se permutará en el goce del término medio, ese que sientes la emoción de consumir sin tanto detalle. Pero no; hoy solo vine a contar cómo un mexicano me mostró la puerta del armario y me ofreció poner un pie fuera de él. Pudieron ser los dos pies, pero idiotamente me enredé con ropas blancas y negras usadas. Solo espero que, cual sea la forma en que se tornen las cosas, ese muchacho mexicano de ojos acaramelados disfrute de una buena vida, que bien se la merece, y yo… Bueno, que yo tenga el valor y la perspicacia de definir si me quedo con la camiseta blanca-negra o luzco con orgullo el guardarropa de Kinsey.

¡Gracias “vellito_rico” por compartir con nosotros esta emotiva histor

Autor: crestrepo

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